Mujer africana, mujer de la resignación; mujer del campo, mujer de
la tierra, semilla en mano de sol a sol, cuidando, protegiendo, alimentando…
sufriendo, callando, aguantando.. "¿a santo de qué vienes a casa de
los padres? sécate esas lágrimas y venga corriendo a casa de tu esposo, a casa
del patrón...así es la vida del lar, de la esposa en la machamba",… silencio
que duele más que cualquier moratón.
Y no hemos podido evitar preguntarnos… ¿por qué? ¿Será por la
devastadora “reciente” Guerra Civil (1977-1992), aquella que propició la muerte
entre hermanos, la que hizo del hombre mozambicano un ser sombrío y acomplejado
que temiendo ser inferior, siempre perseguido por la sombra de la esclavitud, necesita
emborrachar sus penas y miedos para después propiciar a su esposa esa paliza agria
y vacía? hasta que el cuerpo aguante o la enfermedad me lleve…
O serán las creencias transmitidas de generación en generación las
que les hacen creer que deben silenciar cada bofetada y justificar cada ataque?...
Son poseídos por espíritus malignos que, lejos de su voluntad, hacen que se
comporten de maneras violentas…
En una sociedad en la que da la
impresión que todos se conocen, se sienten hermanos, hermanos que dejaron las
armas hace demasiado poco, hermanos que cada día luchan por el día a día, luchan en
un mundo que lejos de construirse desde unos valores, han velado por el
individuo, dejando de lado el socialismo, por llenar su cuenco del día, es llegar
al día a día, y
si sobra algo montamos una barraca. Así de simple y desorganizado… Veo a una señora con
tres sacos de arroz intentando subir al autocarro, pero enciendo el motor, ya
se las apañará…
El mozambicano… abierto,
alegre, pausado a no poder mas, ambicioso, divertido, soñador, meloso hasta la
saciedad, grande amigo de las brincadeiras, feliz…no tomes en serio
su palabra.. Pero al mismo tiempo desconcertado… mi hijo anda descalzo, pero
mi dinero es para un carro... andaremos mejor por este camino de fango y arena…
Una sociedad que no termina de nacer
a la que de repente golpea el capitalismo, rica en recursos naturales y rica en
mano de obra y al mismo tiempo falta de reflejos, exhausta tras largos años de
lucha. Tan vulnerable que fácilmente ha sido tomada por varios actores externos
y también internos… comenzando por los colonizadores portugueses, pasando por
el vecino-rico Sudáfrica y llegando hasta los lejanos países asiáticos, a los
que no les ha pasado desapercibido semejante diamante en bruto. Que velan, claro
esta; por sus propios intereses. Con un gobierno que sediento de poder, mueve
hilos de un mundo occidental que aquí no existe… inalcanzable, pero delante de
sus ojos, el mozambicano sueña con eso que tan cerca ve y tan lejos le queda… su
frustración aumenta, aumenta contra ese que es su hermano en el mato, que lejos de hermanarse, no
dudará en pisar para alcanzar a tener esa casa alambrada llena de cámaras, ese
todo-terreno, o incluso ese pelo liso del chico del anuncio. Ya se asfaltaran las
carreteras o llenaremos la despensa de casa, mientras tanto esquivaremos el agujero;
de la carretera y del estómago…
Porque si da la impresión de
que sobra gente lo que escasea es gente que ame la nación, que vele y luche por
su bienestar, su interés, su porvenir, un tipo de nacionalismo que parece
haberse esfumado con Samora Machel. Un líder y una clase social intelectual con
capacidad de replica, de cuestionarse la realidad, capaz de fijar un rumbo a
esta nación que en un vaivén indefinido va sobreviviendo.
Y ante esta sociedad, la figura
de la mujer mozambicana, la mama África. La que ahora queremos presentar. El eje de la familia, el sustento, a la que
todo se le exige y nada se le permite. Mi marido, mis hijos, mi familia, mi comunidad y si
me queda tiempo mi felicidad…
Tenemos la suerte de contar con
una de estas madres coraje; se hace llamar nuestra “amatxu
africana”, Mamá Rosa, ella tiene 50 años, 7 hijos vivos, una de ellas lleva doce años
viviendo en España como monja; y una, la primera, fallecida. Es monitora de
alfabetización e instructora de corte y costura en el centro social en el que
somos compañeras; y nos ha abierto las puertas de su casa y corazón de par en
par.
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nuestra Mamá Rosa |
“Nací en la provincia de
Maputo en 1962, época colonial, no tuve acceso a la educación, lo poco que
aprendí fue gracias a unos profesores portugueses que me dieron clases desde
los 6 a los 11 años en una escuela primaria ligada a la misión. En esa escuela
teníamos que ir a catequesis los sábados y aprendíamos a bordar. Concluí el
cuarto grado pero como no había ninguna escuela cerca de casa, no continué con
los estudios. Me quedé dos años sin estudiar pero mi tía me matriculó en la
escuela preparatoria de Matola donde hice quinto y sexto. Después fui a la
escuela industrial 1 de mayo pero solo asistí la mitad del año porque los servicios
de mi tío, que era capataz de la línea férrea, fueron transferidos para Gaza.
En 1977 con 15 años, vuelvo para mi tierra. Ese año mi madre muere de asma
y me quedo a vivir sola con mi abuela, pues mi padre era portugués y nunca
asumió la paternidad. Mi abuela era muy pobre, vivíamos sin agua ni luz, tardaba
una hora en ir a por agua, las idas y venidas no eran fáciles. Vivíamos de la
machanba que teníamos al lado de casa con almendra, maíz, feijao y calabaza;
también por los bolinhos que hacíamos en casa. Las personas vivían mal pero no
vivían la frustración de no poder comprar las cosas, porque no había nada para
comprar. Todos éramos pobres y hacíamos la fiesta con muy poco, pero lo poco
era para todos; lo obteníamos después de largas horas de fila para hacernos con
nuestro racionamiento de comida. Hoy hay de todo pero son pocos los que
consiguen comprar. Siento vergüenza y tristeza. Prefería los otros tiempos, no
me sentía tan pobre. Era igual a todos y no sabía que otras vidas existían.
En 1978 la guerra civil
llegó a mi aldea, la casa donde vivíamos fue destruida y las personas
comenzaron a salir para los alrededores de la ciudad de Maputo. Asistí a cosas
horribles, como la muerte de niños amontonados y el fusilamiento público de
cinco hombres que vendieron camarón a África del Sur sin autorización del
gobierno.
A los 16 años recibí mi
propuesta de juntarme con un hombre. Acepté por supervivencia, y fui a vivir a
una casa con agua y luz. Porque mi marido era controlador de trenes, en esa
época no tenía sueños. Sólo pensaba en sobrevivir, pero después conocí a las
hermanas de la comunidad cristiana, y comencé a frecuentar el curso de corte y
costura a la par de las reuniones sobre desarrollo de la mujer; donde
discutíamos también los problemas sociales y nuestros derechos. Abrí los ojos y
vi que no quería ser más el saco de golpes de mi marido. Lo poco que aprendí lo
rentabilicé y transmití a los otros, principalmente a las mujeres.
En el 93 las hermanas me
llamaron para trabajar en el centro social como instructora del curso de corte
y costura. Había solo una sala pero ya teníamos 4 máquinas de costura; ¡y mucha
voluntad de tener otra vida! Al mismo tiempo trabajé como educadora infantil en
la iglesia. Después tuvieron que hacer obras en la iglesia y en este tiempo llevé
cincuenta niños para mi casa, durante un año la entrada de mi casa fue la
escoliña de estos niños.
El centro social fue
creciendo desarrollando proyectos de apoyo a los más vulnerables, donde se
incluyen las mujeres. Yo pasé a ser monitora de alfabetización durante la
mañana y continué con el curso de corte y costura durante la tarde. Me gusta y
enorgullece lo que hago. Recuerdo con especial cariño la alfabetización de una
alumna deficiente que gracias a su autonomía y autoestima consiguió llegar a la
educación secundaria.
Fuerza es lo que intento
transmitir a los otros. A todos los que trabajan conmigo. Bien sean alumnos o
colegas, y no se si soy yo quien les da fuerza o ellos me fortalecen porque
muchas veces llego al centro ya muy machacada por mi vida familiar: la muerte
de una hija, hacerme cargo de mis tres nietos, huérfanos de madre drogada, y
despreciados por los diferentes padres, la vida de mis jóvenes hijos que viven
rozando la marginalidad, la violencia de mi marido, y el completo desprecio por
lo que soy y lo que necesito… Las muchas y muy básicas necesidades no
satisfechas y las cuales no consigo responder por más que corra, por más que
cargue.
Pero todos los días
cuando me levanto sonrío y me pongo la capulana más bonita, bebo té fuerte con
mucho azúcar, enderezo mi espalda y levanto la cabeza, comienzo mi día
caminando y sueño que estoy saliendo de una casa en medio de la naturaleza, con
mucho espacio libre, animales y silencio. Quiero soñar y hacerles llegar a las
mujeres el eco del coraje y del querer.
Increíble neskak! Segidu honek baloriek geugaz konpartiten. Gaur lekzino on bategaz nuen ohire. Mosotxussss
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